No sé si me crean pero llevo más de un año con el título tentativo de esta entrada. Tengo una mala costumbre y ésta radica en que a veces cargo con TANTAS ideas que no ejecuto ninguna. En serio, llevo aproximadamente 70 artículos por publicar y que nunca he tomado el tiempo necesario de pulir antes de postear. Y sin ánimos de sonar arrogante, todas tienen algo muy interesante qué decir.
Despecho literario: me encanta, es lo más cerca que hay (para mi) al verdadero amor. Nunca fui una persona normal, y no es que me esfuerce en ser "diferente" sino que simplemente las circunstancias y todas las situaciones conspiran para que yo viva mis patrones de vida de manera atípica, extraña, diferentísimo a lo que debería ser. El precio que hay que pagar por no ser una persona normal es que, a veces (muchas veces)...se es patéticamente diferente (risas).
Mi punto es: la primera vez que sentí amor, que me ilusioné, que me despeché y que tuve que superar algo fue...con un libro. Correcto, mi primer romance fue con una compilación de hojas, 400, aproximadamente, de tapa dura y color amarillo, lo recuerdo.
Todo comenzó un primero de enero, tenía yo como 12 o 13 años. Siempre había estado acostumbrado a leer cosas que me encantaban, que estimulaban mi imaginación pero nunca algo que me dejara un sentimiento parecido al de estar enamorado. Ese día estaba aburrido, todo el mundo se fue a pasar la resaca de año nuevo a quién sabe dónde y me dejaron solo en casa, a merced de las sobras del pan de jamón y de las hallacas de la noche anterior. De la nada, entre el aburrimiento y el fastidio de las películas domingueras de Venevisión y TNT, me dio por buscar algo relevante qué hacer, quizá leer algo más "maduro" y pensé que el hecho de que fuese primero de enero era excelente para emprender dicha tarea.
Rebusco en la biblioteca de la casa todos aquellos libros sobrios de papá y por allí veo "100 años de soledad", siempre había escuchado sobre la historia pero nunca me interesó lo suficiente como para querer entenderlo. Comienza la faena y me obligué a leerlo. Las primeras 30 hojas fueron una pesadilla, no entendía qué estaba haciendo yo allí, no entendía por qué mejor no me iba a jugar a la calle con el monopatín que me trajo el Niño Jesús en lugar de leer estupideces que ni siquiera comprendía del todo...y luego, la historia comienza a tomar sentido. El libro me coquetea, me intriga y me atrapa por completo.
Era la primera vez que veía las palabras "puta", "tetas de perra", "mierda" en un libro, se me hacía increíble que oraciones llenas de adjetivos y sustantivos tan vulgares pudieran darle un sentido tan artístico a una historia. Recuerdo que tardé como dos semanas para poder terminar de leerlo todo (por aquella época era un material un poco pesado para mi, por eso fui lento)...pero creo que fue el mejor noviazgo que he podido tener.
Éramos mi libro y yo, no me interesaba más nada. En el colegio sólo esperaba que llegara el momento de llegar a casa a besuquearme intelectualmente con aquel libro amarillo, aquello significaba pasar mi tarde impregnado de gitanos, de Macondo, de los Buendía, de peces de oro...etc, etc, etc. Mi relación iba perfecta, todo estaba en orden, incluso recuerdo que fuimos a la playa (un viaje familiar) y la pasamos excelente.
De pronto, llegó el día, ese en el que me di cuenta que no quedaban más de 50 páginas para decir adiós. Ya nada tenía sentido, realmente no existía una segunda parte, de verdad todo iba a acabar y yo no estaba preparado. La últimas hojas me las saboreé tan despacio que parecía que cada hoja se leía en una hora.
El final llegó, el libro terminó, ya nada tenía sentido. Ruego que me crean cuando digo que me sentía destruido. El final de la historia me pareció épico, perfecto, indicado. Me sentía complacido de haber leído todo aquello pero no entendía por qué se había acabado, por qué el libro no era eterno, por qué no le hicieron tantas secuelas como a los de Harry Potter.
Pasé por todas las etapas de duelo, primero estaba en negación y revisaba todos los foros y chats que dieran información y curiosidades sobre el libro, no podía desengancharme. Luego vino la culpa, pensaba que tal vez lo había leído muy rápido, que no me di el suficiente tiempo de digerir todo el argumento, vino la rabia de no conseguir un libro igual y un día...la resignación de que ya, el libro acabó y más nunca leeré uno igual.
Estuve semanas asociándolo todo con el libro, buscando un olor que se asemejara al de aquellas páginas algo amarillentas, haciendo árboles genealógicos de la descendencia Buendía, buscando a Remedios, La Bella volando por el cielo. El libro aún sigue teniendo el mismo aroma, me encanta toparme con él de vez en cuando y recordar aquellos tiempos.
Fue realmente divertido darme cuenta que mi primer despecho, mi primer mal de amores lo viví por un libro. Supongo que ya no me avergüenza admitir que aprendí con un libro lo que los niños normales aprendieron teniendo noviecitas.
-Aprendí que los mejores libros llegan cuando no los buscas, un día aparecen y, sin darte cuenta, te enganchan.
-Aprendí que siempre habrán libros que nunca, nunca te cansarán. Puedes alejarte de ellos pero siempre volverán de alguna forma para recordarte lo bien que fue leerlos.
-Aprendí que, nos guste o no, los libros culminan y simplemente hay que pasar, literalmente, la hoja.
-Y supongo que, la única forma en la que estará bien ser un promiscuo será teniendo romances con muchos libros, uno detrás de otro.
La vida es muy corta como para leer un sólo libro, hay millones de ejemplares esperando por ser leídos, disfrutados.
Finalmente, un libro es bueno cuando te deja esa sensación nostálgica durante días, en los que quieres más y sabes que no podrás porque ya las letras se acabaron. Nada como un buen despecho literario.
¿Les ha pasado?
Will Mujica.
1 comentario:
Hasta ahora no, pero voy a salir corriendo a comprar uno a ver si me pasa lo mismo de verdad eres intenso!!
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